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Fernando Travesí, La vida imperfecta

F. Travesí (2015) La vida imperfecta, Ediciones Isla de Siltolá

Portada La vida imperfecta

En abril se presentó en Segovia La vida imperfecta de Fernando Travesí. Es una novela. Una novela que muy bien podría ser calificada de drama psicológico, psicológico porque, como una tupida maraña, se anudan las complicadas relaciones entre las personas atándolas a sus miserias; y drama porque, a pesar de ser una novela, tiene una hechura casi teatral: de hecho el autor es premio nacional de teatro (Premio Calderón de la Barca en 2001). La presentación tuvo lugar en la Librería Diagonal y corrió a cargo de Maite García Zapata, que es abogada, como Fernando, y que fue compañera suya en Madrid; cuando los dos iniciaron sus correrías por el mundo del teatro, hace ya algunos años.

Maite García Zapata desgranó esos comienzos, cuando ambos eran jóvenes estudiantes y, a pesar de que estudiaban derecho, no se conocieron en la facultad, sino en el teatro; en aquel grupo de actores en el que Fernando Travesí descubrió su vena literaria. Siempre llevaba encima papel y lápiz porque siempre estaba tomando apuntes; observando a todas horas  lo que veía en la calle, recogiendo experiencias: experiencias que luego analizaba, juntaba, escogía y acababa incorporando a la urdimbre de los textos que escribía: primero fue el teatro; ahora, una novela. La vida imperfecta ha recibido, en Colombia, el premio de novela corta del Fondo de Cultura Económica.

            Novela corta. Tiene 205 páginas. En uno de sus pasajes habla del protagonista: “vivía manejando crisis”, dice; “enseñando a los demás a hacerlo y sus conocimientos le alcanzaban, incluso, para manejar las suyas” (p. 60). Fernando también ha manejado crisis. Vivió muchos años ayudando a resolver conflictos, desde Bosnia a África, desde América a Asia (recalando, ocasionalmente, en España). Actualmente vive en Nueva York. Confesó que, después de tantos años de vivir en condiciones precarias, ahora disfruta en Nueva York del placer de una vida “más normal”, sin tantas situaciones límite, adobada con el confort de lo cotidiano; sin sobresaltos.

            Las preguntas de Maite García le hacían desgranar su corta vida de poco más de cuarenta años; y como San Portada San Agustín ConfesionesAgustín en sus Confesiones, no se trataba de detenerse en los detalles, sino en la esencia. Gustaba de repetir una idea que siempre le ha martilleado la cabeza: “la muerte de un hombre es una tragedia; la muerte de un millón es un dato”; quizá por ello (confiesa) ha renunciado a contar las cosas en grande y prefiere contarlas “en micro”; uno supone que, lo mismo que la macroeconomía esconde las palpitaciones profundas de la gente, la macrohistoria también escamotea la esencia que se esconde en los detalles. Una cita de su novela nos ayudará a entenderlo mejor: es “como si su mente estuviera obsesionada con la idea de que para encontrar las verdades ocultas había que mirar, precisamente, entre los miles de pliegues superpuestos que dan forma y consistencia a las pequeñas cosas” (p. 73). Un adolescente que ha desaparecido; una noche de martirio mientras lo buscan sus padres: ése es el argumento; y por él sobrevuela la historia en grande; las miles de historias que él ha vivido en países en guerra, los interminables dramas de tantas familias deambulando a ciegas mientras buscaban a sus hijos; desaparecidos en los conflictos; la mayoría, desgraciadamente, nunca aparecieron.

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