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Novelistas españolas: Carmen Laforet

Carmen Laforet

Iniciamos con Carmen Laforet un ciclo de recomendaciones de novelistas españolas que han dejado su huella en la historia de la literatura. Conoceremos mejor, además de a la mencionada, a autoras como Ana Mª Matute, Josefina Rodríguez Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Rosa Regás, Maruja Torres, Rosa Montero, Ángeles Caso, Almudena Grandes, Lucía Etxebarría, Espido Freire... Ellas y sus obras nos harán compañía este curso.

Carmen Laforet (Barcelona, 1921-Madrid, 2004)

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«Si uno es escrPortada Carmen Laforet, Nadaitor, escribe siempre, aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a esa dudosa gloria y a ese sufrimiento real que se merece por seguir una vocación«

Comencemos por un sencillo homenaje, a los 10 años de la muerte de esta escritora, viendo esta breve semblanza que rescatamos del archivo de RTVE.

Acabamos de recordar, entre otras noticias, que el reconocimiento literario le sobreviene a una edad muy temprana, a los 23 años;  con su obra Nada alcanza el Premio Nadal en 1944. Y se convirtió en un fenómeno editorial que llegó a su tercera edición en 1945 y dos más en 1946.

Por cierto, este es el premio literario comercial -concedido por una editorial- más antiguo de España, se entrega la noche del día de Reyes de cada año en Barcelona. Nació con el propósito de descubrir nuevos valores de las letras españolas (desde que en los años noventa del siglo pasado, el Grupo Planeta compró Ediciones Destino, este galardón se otorga a escritores ya consolidados en el mundo literario, con lo que ha perdido el espíritu inicial…). Debe su nombre al redactor jefe de la «Revista Destino«, Eugenio Nadal Gaya, fallecido en 1944 a los 27 años, por esta lamentable pérdida la editorial quiso rendirle este homenaje.

En esta novela el lector paseará con su joven protagonista, Andrea, por la Barcelona de los años 40 del siglo pasado. Este es su comienzo (fijaos en la fotografía de la estación de Francia de los años 40):

«Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del quEstación de Francia años 40e había anunciado, y no me esperaba nadie. Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran Estación de Francia y los grupos que estaban esperando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso. El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida

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